Hoy subí a entrenar al cerro. Hacía mucho que no esquiaba solo. Recuerdo una vez, hace mucho, en el cerro Chacaltaya, en Bolivia, en donde esquié literalmente solo: era el único esquiador en la pista de ski más alta del mundo. La otra, luego de alejarme de Adri la vez que no pude entrar a Venezuela, cuando fui a buscarla por primera vez. De regreso pasé por el catedral y esquié todo un día solo. En ninguna de esas dos oportunidades me sentí tan solo como hoy.
El día amaneció nublado. No tenía la plena convicción de esquiar, pero como tengo los pases que otorga la organización, y resta sólo un fin de semana antes del Tetra, Adri se ofreció para llevarme hasta el cerro. Me despedí y encaré el primer medio de elevación ya con cierta nostalgia. La segunda telesilla se me hizo larga. Y ni bien pisé tierra firme me lancé nuevamente hacía abajo. Pensé en las variables que entran en juego en esta agradable actividad: la fuerza de gravedad, el plano inclinado y la fricción de los materiales, un banquete para físicos y matemáticos. Mi objetivo era poner en práctica las técnicas transmitidas por el Tano Pío, juez imparcial en este asunto. Y así se hizo.
Durante horas atravesé pista tras pista. Fui de acá para allá. Subí, bajé, volví a subir, volví a bajar. Y comenzó la nieve. Una nevizca fina, nada del otro mundo. Y ese silencio que se puede tocar cuando ves los copos caer tan placidamente. Las pistas altas se taparon. Primero fui a una, luego a otra. Y empecé a sentir la montaña. Me supe tan solo como aquella vez en el Chacaltaya. Por un instante el gentío desapareció. La niebla, esa masa sólida que esconde fuerzas y poderes desconocidos, me rodeó por completo. Me encaminaba a los más alto, allá, al filo. Bastones solitarios iban adelante y atrás mio. Y llegué a la cima. No se veía nada de nada. No había nadie. Eramos la niebla, la montaña y yo. La único posible era diluirme en ella. Agradecerle por cobijarme. Y solicitar su autorización y protección para desilzarme sobre ella el día del Tetra. Luego de un instante, en el que todo esto tuvo lugar, me deje ir hacia abajo. Un giro, dos giros, sin ver, sin oir, casi sin respirar. Y súbitamente, sin aviso, tropiezo, pierdo el equilibrio y ruedo. Creí sentir que la niebla me empujaba. Sin perder la calma, me pongo en pie y descubro que mis lentes han perdido una de sus patas. Un tornillo que yo ya sabía flojo se había salido. Pensé en la ceguera, que muchos dicen que no es negra, como se cree, sino insoportablemente blanca. Miré al piso, como quien pretende buscar una aguja en un pajar y allí, semi enterrado en la nieve, al lado de mi esquí, el diminuto tornillito. Sorprendido lo recojo, lo guardo en un bolsillo y bajo silbando bajito, como quien no quiere la cosa. La niebla, a su manera, me había dado la bienvenida.
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Sin comentarios, como dice tu "santa madre" y algunos de tus "comentaristas" ésto ya se asemeja u una buena novela de ciencia-ficción.
ResponderEliminarque sorpresa q tengo preparada Lucas......
ResponderEliminarsoy Ines, del Tetra.......
¿Sorpresa? Que intriga... mientras el Archi no tenga nada que ver, me quedo tranquilo.
ResponderEliminar¡Me imagino que estarás a full con todos los preparativos para semejante evento!
Gracias por todo, Inés, y nos vemos en menos de dos semanas.
Si, sorpresa... Nadie de tu entorno tiene que ver ... Solo fuimos nosotras, de la organizacion...
ResponderEliminarEl martes, cuando empiecen las acreditaciones, podras verla!
Un ebsoooooo