viernes, 19 de febrero de 2010

"Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?" (running teológico)

La vida es como un entrenamiento para el tetra que dura hasta el momento exacto de nuestra muerte. Y uno no puede aflojar, nunca.
Salí a correr más tarde que de costumbre, como a las seis y media. Viernes nublado de una semana agitada. Realmente no tenía ganas, pero me obligué a arrancar. Como siempre los primeros minutos fueron tremendos: me dolían las piernas, los tobillos y los pies y estaba desganado. La primer trepada se me hizo eterna y para colmo el viento frío empèzó a soplar más fuerte. Esos son los momentos en los que uno flaquea. Me faltaba el aire, me dolía el bazo y mis certidumbres se desvanecían a cada paso. Entonces empezó a llover, una llovizna fina, incómoda. Fue ahí cuando mi mayor temor se hizo realidad: puntada en la rodilla. Un dolor que ya conocía, un dolor que pone en peligro la continuidad del desafío. Una voz adentro mío (que sonaba igual que la de Eduardo) me decía que parara, que hiciera dedo, que volviera a casa. "El cuerpo es sabio, hay que escucharlo". Otra voz (que ahora imagino similar a la de Gonzalo) me decía que el verdadero atleta aprende a hacer caso omiso al dolor. Y la lluvia, y el frío... y sí, el dolor inocultable. Me vino a la mente el momento en el que aquel que es hijo del Padre, mostrando su lado más paradigmáticamente humano, lanzó -en la cúspide del sufrimiento- un angustiado reclamo al cielo: "Dios mio, Dios mio ¿por qué me has abandonado?". Instintivamente me acordé de mi amuleto. Abrí el rompevientos y sentí en la palma de mi mano la camiseta de corredor que me regaló Broitman. Supe inmediatamente que no podía parar. Y seguí. Al menos hasta la próxima curva, hasta el próximo recodo del camino. Se abrió ante mi, casi de repente, una larga recta, desafiante, infinita. Para mi asombro -y les aseguro que esto no es una exageración poética- el camino se iluminó con los más cálidos rayos de sol que la última hora de la tarde puede regalar. Me propuse correr hasta alcanzar el punto en el que los últimos brazos del dios helios tocaran la tierra, y llegué lejos, bastante lejos. Cuando las sombras me alcanzaron me di cuenta que había corrido más de la cuenta y que ahora me faltaba volver. Pero mi estado de ánimo ya era otro, habitaba en mí el espíritu del corredor. Bastó con seguir corriendo. Y llegué. Estoy vivo, estoy en carrera.

Cronómetro: 1 h 08´

2 comentarios:

  1. Gonza (el entrendor)19 de febrero de 2010, 23:12

    VAmos nene carajo!!!!!!!!!!!!!!
    eso es lo que me gusta escuchar, eso me da valor. Yo que ya estaba juntando plata para la comida. Se desperto el gigante dormido. La bestia esta entre nosotros, ahora si que se agarren......
    Esto es lo que estaba esperando que vivieras, solo que pense que iva a ser mas cerca del otoño. Estos son los dias en que uno se siente "corredor", porque con sol corren todos.
    No me digas que despues no te sentis genial. La sensacion del deber cumplido no tiene precio.
    Hoy suma Doble, mañana vemos!!!!!!!!!!

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  2. Para!!! Por las nenas, como diria el Diego

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