sábado, 10 de abril de 2010

Miradores de la Rosales (un privilegio)

Estaba acostado -hoy, sábado- mirando plácidamente con Malena The Karate Kid (Parte II), cuando caigo en cuenta de que tengo que salir a correr. Cinco y media de la tarde. A una semana de la carrera ya había decidido intentar encontrar el camino que lleva a la Laguna por la parte alta. Me cambio y dejo a Malena absorbiendo la sabiduría del Señor Mishagi. Cual Daniel-san, salgo a correr como quien pinta una cerca. Bajo, cruzo la tranquera y me mando por el sendero que aparece a los pocos metros. Broitman me pasó el dato el jueves de fulbi (el corre los 50k). El sendero es bonito, boscoso y bien señalizado. Y entonces comienzan las trepadas. Tremendas. Las piernan queman, el aire falta y el corazón parece salirse por la boca. Una locura. Los que están acostumbrados a correr 21k en terreno llano se van a morir. Y es un rato largo de subida. Pero luego uno llega a los miradores y ya no importa nada. Una vista impresionante. Miro, respiro y corro. Nuevamente una bajada, nuevamente una subida y ya se ve la laguna. Llego al último mirador con los rayos de sol que marcan el final de la tarde. Y sí, me siento un privilegiado. No tanto por poder recorrer el camino de la carrera una semana antes, sino simplemente por estar allí, con el sol en mi cara y la laguna allá a abajo, verde, pintada, inmóvil. En la bajada que sigue supongo que más de uno va a rodar. Es muy empinada. Llego al camino conocido y me reconforto. Es duro, durísimo, y apenas es el comienzo. Pero al menos ya sé que se puede, al menos conozco lo que me espera. Impresionante.
Mañana Domingo almuerzo con el entrenador y seguramente ultimemos los detalles para esta semana. Dios quiera que me toque descanso porque las piernas no dejan de dolerme ni un solo día.
La mala noticia: el archi no corre. Cuánto lo lamento, estimado amigo, nos veremos las caras en la próxima carrera.

Tomás: tengo tus guantes, mañana te los dejo en la Abuela Ana que, dicho sea de paso, hace unas pastas extraordinarias. El último regalo de mi entrenador han sido unos guantes de ciclista espectaculares. ¡Gracias, Gonza!

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