Luego de siete meses de entrenamiento, este último sábado nació un tetratleta. Curioso, pues en la vida real también soy sietemesino. Así, si respetamos esta caprichosa analogía, podríamos decir que el Tetra fue un parto. Y vaya que lo fue...
La primera vez que escuché hablar del
"Tetra" poco tuvo que ver con Chapelco. Fue en una fría aula de la calle Puán cuando una profesora, cuyo nombre no creo recordar, hablaba con entusiasmo académico del
TETRAFARMAKON, los cuatro remedios postulados por Epicuro para sanar el alma: no temerle a la muerte, no temerle a los dioses, no temerle al dolor coporal y no temerle al futuro (destino). Que coincidencia, ¡evitar estos cuatro temores fue esencial para animarme a correr el Tetra!
Siguiendo con el entramado de sucesos y coincidencias que me llevaron a correr esta maravillosa carrera, aparecen una vez más en mi vida las lecturas de Platón. Sobre su obra cumbre,
La República, hice mi tesis de grado. En ella se postula que para llegar a ser filósofo es necesario atravesar cuatro (¡
tetra!) enseñanzas (
mathema): la gimnasia, la música, las matemáticas y la dialéctica. En ese recorrido, yo primero me enamoré de la música, a temprana edad; luego, ya en mi adolescencia, me adentré en las matemáticas; y por último, siendo adulto, me interesé en la dialéctica. A las claras, la gimnasia había quedado relegada en mi vida. ¿Y cómo llamarme a mí mismo filósofo sin haber atravesado la primera de las enseñanzas elementales postuladas por el más grande pensador de occidente?. Y entonces, a estas alturas de mi vida y viviendo aqui en San Martín de los Andes, sólo me quedaba correr el Tetra (fueron, entonces, estas divagaciones las que me llevaron a decir "Quiero correr el Tetra").
Así las cosas, y luego de esta tediosa introducción que sale de mi más obstinada manera de ser, paso a relatar la crónica del día que pasé de ser
aprendiz de filósofo a
tetratleta para poder llegar a ser, ahora si, con las cuatro enseñanzas vividas, aquel
filósofo platónico de mis lecturas universitarias (un recorrido, así, circular, paradójico, contradictorio, complejo, como a todos nos gusta).
PreparativosLa noche anterior a la 24va. Edición del Tetratlón Chapelco (el tetra, para los amigos) casi no pude dormir. Apenas unas tres horas, como mucho. Daba vueltas, pensaba, corría la carrera en mi mente una y otra vez, repasaba las transiciones, la lista de elementos, barajaba pronósticos, posibilidades ciertas y pensaba en la nieve, que seguía cayendo.
A las seis de la mañana me levanté. Desayuné cereales con leche y banana. Luego se levantó Adri. Luego Jose. Y por último comenzó el proceso de levantar a las niñas. Afura ya no nevaba, pero hacía un frío de la hostia. Me tomé un té. Empecé a cambiarme. Decir que estaba nervioso no es del todo correcto. Estuve nervioso muchas veces en mi vida y el sentimiento que se apoderaba de todo mi ser era totalmente nuevo. Indescriptible. Pero tampoco era temor, ni entusiasmo, ni alegría. Era, claramente, ese sentimiento único que se vive horas antes de correr el tetra.
Llegaron las 7:10 y Fer no llegaba. Habíamos quedado en encontrarnos a las 7:50 en casa de mi entrenador. 7:20. Miro la cantidad de nieve acumulada. Fer no llega. NO va a poder subir. Para colmo no tengo señal en mi celular y tampoco tengo su número de celular. 7:25. Nada. No corro, listo, ya fue. No sube. Me vestí al pedo. 7:30. Llamo a la casa de Fer. No atiende nadie. Salgo a ver si afuera, en medio de la nieve, hay señal. No hay. Una lástima, era una linda carrera. 7:35. En la oscuridad, con todo blanco, aperecen dos luces. En la quietud de una mañana hecha para no moverse de la casa, la camioneta de Fer se acerca. Me provoca saltar de la alegría. ¡Grande Fer!¡Corro el Tetra!
Cargamos todo en el auto: las cosas, a mi viejo, a las niñas, a la sillita de oli, bolsos para pasar el día, se sube Adri, me subo yo, lo abrazo a Fer (agradecimiento infinito por lo increible de su gesto) y salimos de retroceso (dar la vuelta, imposible). No les puedo explicar la cantidad de nieve. En medio de la bajada de Sinclair un Ko-Ko atravesado. Unos metros más y se bloquea completamente el paso y chau tetra, pensé. Con todo blanco pasamos a buscar al Tano Pío, cargamos sus cosas, y luego lo buscamos a Marcelo, del equipo Correo Luminoso. En la camioneta de Fer veníamos, entonces, ocho personas, los equipos y un aire de corredores que no les cuento. Llegamos finalmente a lo de mi entrenador en dónde estaba el otro Marcelo de Correo Luminoso, el gran Cachú Carrizo, el atleta de punta y gran persona Ricky Lanusse y Agustina, su madre, el abuelo Ana (Julián) y por supuesto Guada y Gonzalo. Todos con esa emoción que no tiene aún un nombre definido pero que se siente a horas de correr el Tetra.
Y entonces nos enteramos que se posterga la largada. Se pasa para las 11:30. Y Fer que se levantó tan temprano para buscarnos. Decidimos, a pesar de todo, salir para el cerro. Ya nada teníamos que hacer en el pueblo. Fer se quedó, Adri y las niñas también, y subí con mi viejo, el Tano Pío, Ricky y Agustina. Un viaje de lo más divertido. No podíamos creer lo que veían nuestros ojos. Todos menos Jose transitamos esa ruta miles de veces. Pero en esta mañana de sábado y luego de la gran tormenta de nieve la belleza del entorno era totalmente nueva, para todos. Y entendí aquel concepto que maravilló, entre otros, a Miguel Cané: lo sublime.
Llegamos al cerro y ya había mucha gente. El sol de la primer mañana acariciaba todo el estacionamiento. Nunca había visto la base con tanta pero tanta nieve. Nos bajamos, vimos a Gonzalo que buscaba lugar, y de inmediato tuve el impulso de ir al baño. EL tano se fue a ubicarlos. Caminé entre tetratletas. Aún no me sentía uno de ellos. Salí del baño, me encontré con mi viejo y mirando el sol pensé en mi madre. Ella me había garantizado que el sol estaría allí el 28 de agosto, y allí estaba. Quisimos llamarla, pero no había señal. Eli, querida amiga, también había intercedido para que el asro rey nos acompañara. A ambas les dí las gracias. Y contemplé la montaña en silencio.
Empiezo a caminar por el estacionamiento y no encuentro a nadie. Voy de una punta a la otra y nada. Me siento perdido, extraño, fuera de lugar. Todo el mundo realizando movimientos precisos de preparación y yo deambulando como un idiota. Y me encuentro con Marcovesky, una vez más. Abrazo, sonrisa y pocas palabras, como siempre. Un poco apenado, no le digo que estoy perdido, pero sí que no encuentro a los muchachos. Me despido (ya no lo volvería a ver hasta terminada la carrera) y luego de algunos minutos encuentro los autos. Pero no hay nadie, solo las camionetas y la bici con el número 120 (la de Tomás, la de Belén, en ese momento la mía). es hora de llevarla al Parque Cerrado. También había que llevar una bolsa verde con el número 120. Me fijo adentro de la camionerta y no está. Mi entrenador me la llevó, que grande, pensé. Y me dirijo con el competitivo rodado hacia el parque. Saliendo, con una sonrisa franca, me encuentro con mi entrenador. "¿Che, Gozna, ustedes bajaron mi bolsa verde?". Responde negativamente. Y supe que, de los 450 corredores, yo sería muy probablemente el único que no había llevado la bolsa verde para el Parque Cerrado del Cerro. "¿Por que me empeño en ser yo mismo?", pensé, y asumí el olvido como parte de mi vida, pues correr el tetra es una simple continuación de la misma. Cuando llego al casillero 120 lo veo a Ricky acomodando la nieve para que pueda meter mi bicicleta. Esas cosas que tiene el compañerismo de las carreras. Y le presto el inflador para que ajuste el aire de sus neumáticos. Menos mal, porque aprendo a usar el inflador que me prestó Papichulo, que resultó tanto más complejo de lo que yo suponía.
Al regresar al auto ya todos saben la noticia: Lucas se olvidó la bolsa verde y las risotadas animaban el ánimo de los corredores amigos. Y entonces me dice mi entrenador que TMG, a quién no había visto aún, ya estaba al tanto del asunto y me había dejado sus zapatillas para que pueda pedalear (en la bolsa tenía eso y un par de guantes, nada más). Por suerte en el bolsillo de la remera de corredor (falazmente demoninada "pechera"), tenía un par de guantes de bici que me había prestado Guada. Con eso y las zapatillas de TMG el asunto estaba resuelto. ¡Tomás está en todo!, pensé. Un verdadero Maestro, con la altura que tiene esta palabra. Pongo el calzado en un bolsita y vuelvo al parque cerrado a dejarla (cada viajecito implicaba caminar unos 300 mts. en la nieve, y ya me empezaba a sentir cansado (¡antes de largar!). En el camino me acuerdo de la autorización necesaria para que Jose retire los equipos de esquí cuando terminara esa etapa. Se había quedado en la pañalera de Oli. Otro olvido más. Ya escuchaba las futuras risotadas. Por suerte a cargo del parque estaba mi querida amiga Inés, de la organización, (¡grande Inés!) quien me saluda afectuosamente y me resulve de inmediato el tema de la autorización: tenía allí algunas copias, por lo que deduzco que, este olvido, sí es más frecuente entre los corredores.
En fin, luego de tantos tropiezos regreso a los autos y allí estaban todos charlando, tomando mate, esperando la largada. En segundos el sol se tapa, la montaña se cubre y empieza a nevar. El sol del alba había cumplido, pero se iba. Nos metimos a la camioneta Julián, Gonzalo, Guada, mi viejo, el Tano, Agustina y yo. Ricky, corredor de punta, ya había subido, o al menos eso creíamos. Mates, galletitas, charla, risas y esa emoción que sólo se siente a minutos de correr el Tetra,
Se despeja, vuelve a salir el sol y nos encaminamos al "huevito", nombre que adoptó la telecabina supuestamente para facilitarle la vida a los niños. Ni que "telecabina" fuera una palabra compleja. Pero bueno, siempre solemos subestimar a nuestros pequeños. Y nos enteramos que noe stán dejando subir a nadie, excepto corredores. Ni julián que compró pase, ni mi viejo que lo sacó por ser mayor de 70 van a poder presenciar la largada. ¡Y es que el cerro está cerrado! Es tanta la nieve que los medios no se iban a abrir, las máquinas no podían trabajar y las pistas no se iban a habilitar. Pero estaba el Tetra, que no lo para nadie. Y se abrió Chapelco para nosotros. Sí, fue entonces cuando sentí el primer "nosotros". Había corredores, muchos, por todos lados, y eran los únicos que pasaban, todos de negro, emocionados, y yo era uno de ellos. Lo miro a Ricky, con quién compartí la telecabina, y le digo "Ricky, no lo puedo creer, ¡voy a correr el tetra!" Recién ahí, subiendo a la largada, supe que todo esto, toda esta locura, era verdad. Que yo estaba ahí, y que esta era mi vida.
Llegamos a 1600 y solo estábamos "nosotros". Dejamos los esquies para ir por enésima vez al baño y una voz con acento extranjero me pregunta "¿Estos esquies son tuyos?". Me doy vuelta y, sin conocerlo, reconozco de inmediato al Ruso. "¡Ruso!" le digo con cariño sincero. Allí estaba "el Ruso", instructor del cerro quién, sin conocerme, me prestó sus equipos para que yo pudiera correr la carrera. Y no solo eso, había ido para buscarme a mí. Y tenía en mano una cámara fotográfica con la que, sin yo saberlo, me sacaría gran cantidad de fotos. Que lindo encuentro, que lindo momento, que linda emoción, esa que sólo se siente a segundos de largar el Tetra.
Entonces nos avisan que hay que caminar hasta la largada. Comienza prematuramente la trepada, pero estoy tan contento que poco me importa. Y estamos allí, los 450. Yo, rodeado de amigos. Todos juntos, todos cerca, todos emocionados. A última hora llega Cachú, que se había retrasado en el baño. Y justo antes de largar me convida un pedazo de banana. En eso el Director de la carrera, el Dr. Parada, da breves indicaciones del circuito y así, de repente, sin previo aviso, empieza a contar: "10, 9, 8..." y todos nosotros seguimos "7, 6 (como, ¿ya largamos?), 5, 4 (¡¿qué hago acá?!), 3, 2, (¡corro el tetra!), 1, (¡se larga!), 0..."
La CarreraSkiEmpecé a trepar a buen ritmo. Eramos tantos que no me preocupé por la velocidad. Se me hizo corto. Enseguida veo el final de la telesilla y vamos hacia el poma del palito. Unos metros más en nieve honda y a calzarse los equies. Paso a unos cuantos y me largo por la primer pequeña pista, derecho. Me doy cuenta de la velocidad que alcanzan los esquies del Ruso recién encerados por Nacho. Tomo el caminito que lleva a la silla del Mallín y para mi sorpresa paso a unos cuantos. GIro rápido, sigue el camino, y sigo pasando gente. Llegamos a la pista que va por abajo de la telecabina y justo antes de doblar, el Ruso alentando y sacando fotos. Esa pista la bajo también derecho y también pasando gente. Me pongo eufórico. Primeros minutos del Tetra y vengo bien. Hasta que llegamos a los balcones. Un banderillero pide que bajemos la velocidad y ni bien me mando veo a un corredor caido. Trato de esquibarlo y me entierro en nieve honda. Y me doy cuenta de lo difícil que es salir. Y me canso, me desespero. Y vienen otros atrás que se acumulan. Por fin salgo y empiezo a bajar mejor. Caían uno tras otro. Y eso me intimida. Voy con precaución. No me caigo pero voy más lento. Esquiar en nieve honda para ser un deporte distinto del esquí que yo conocía hasta ese momento. Luego cominza un pequeño camino abierto en la nieve honda, más dificl que lo anterior. Porque se agarra velocidad, pero no encuentro cómo frenar. Me pego un palo fuerte y me entierro comletamente. Trago nieve como si fuera arena. NO se me salen los esquies pero me cuesta mucha desenterrarme. Y veo que algunos me pasan. Me desentierro, salgo. Voy ahroa con más precaución y ya llego a la últma parte. Allá abajo se escuchan los gritos de aliento. Y me mando. Llego a la curva a buena velocidad y doblo sin problemas. "¡Vamos Luquitas!". Son Julián y mi viejo, eufóricos. Pienso en el Tano Pío, en guada y Gonza y en todos los demas. me saco los esquies y empiezo a trepar. Con lo difícil que fue la bajada agradezco este tramo de tranquilidad. Y trepo mientras saco la nieve de mis antiparras. Y llego a la silla cuádruple de Rancho Grande. Pasaban una tras otra y me subo con otro corredor. Un tipo grande. Hablamos de la dificultad de la pista. Me pregunta si soy de acá. Le digo que sí, pero luego aclaro que desde hace cinco años. "Yo soy nacido y criado acá"."¿Ya habías corrido el Tetra?", le pregunto. "Sí, este es mi número veinte". Claro que me sorprendí, si no es la persona que más tetras corrió le pasa raspando. "¿Cómo te llamas?", le pregunto. "Pablo Ramirez". Y me sorprendo por las cosas del destino. Yo, que es mi primer tetra, junto a la persona que quizás más tetras haya corrido. Y sonrio. Y miro el sol en el bosque nevado. Y estoy corriendo el tetra. Bajamos Pablito y yo. Trepamos el palito y nos volvemos a lanzar. En esta segunda vuelta fui más precavido, pero en balcones fue inevitable un par de caidas más. Y el cansancio de piernas que se acumulaba. Paso esa pista y llegué al final de la segunda bajada bastante entero. Y ahí estabán Jose y Julián. Eufóricos. Trepo por tercera vez. me saco la nieve de las antiparras. Y estoy bastante entero. "Solo me queda italianos", pense, "una pista que siempre bajo a fondo". Al terminar la silla veo que me esta esperando el Ruso. "¡Ruso!", le vuelvo a decir. Está tomando fotos. Me saluda y me da aliento. Encaro Italianos dispuesto a bajarla derecho, como ya lo he hecho. Empiezo a toda velocidad, confiado. Y tomo mucha. Intento maniobrar y es en vano. Es nieve honda, como en balcones. Y me pego el palo más importante del día. Cuando caigo y me entierro completamente en la nieve honda siento un tirón muy fuerte en una de mis pantorrilas. Me asusto. Veo pasar al Ruso, que sigue tomando fotos. Me levanto y me propongo llegar entero abajo. Y así voy, suave, controlando, como un principiante. Primera vez que me toca esquiar en nieve honda. El Tetra es así, pienso. Y bajo el último tramo, ahí si, a fondo. Y llego feliz a la entrada del parque cerrado. Ahí está Inés para recibirme, dando indicaciones. Me da aliento y entro feliz al Parque de las bicicletas. Voy pasando y alguien me tiera un tacle. ¡Broitan! Lo saludo y me sorprendo. ¡Voy bien!BicicletaMientras me saco las botas hablo con Jose, que está ahí, del otro lado. Le pregunto por el Tano Pío, no lo vio, por Gonza y Guada, vienen bien, un poco atrás. Me calzo los botines de fútbol (son más abrigados para pedalear) y salgo corriendo del parque cerrado sintiéndome un corredor de punta. NI bien puedo subirme lo hago, doy un par de pedaleos, se descontrola la rueda delantera y caigo al piso. Me doy cuenta que andar en bici por la nieve no es fácil. Y encaro la bajada con cuidado. Por un rato largo no me pasa nadie. Luego me pasan dos, muy fuerte. Ciclistas, pensé. Encaramos el Rally y los banderilleros nos recomiendan bajarnos de la bici. Todos lo hacemos, los que van adelante, los que vienen detrás. Y corro con la bici al lado todo ese trayecto. NI se me ocurre subirme (ahora sé que pude haberlo hecho, pero ni lo intenté). Para mi sorpresa, no sólo no me pasa nadie, sino que, junto con otro corredor, el 119, que viene adelante mio, empezamos a pasar gente. Me gusto la concatenación numérica, y no lo pasé en ningún momento. El 119 siempre, y sin excepción, viene justito antes del 120. Cruzamos la ruta y seguimos corriendo. Atravesamos arroyos. Barro por todos lados. Y todos, los de adelante y los de atrás, evitaron subirse a pedalear. Volvimos a cruzar la ruta y por fin pedaleamos el arrayán largo. Lo disfrute. Un sendero angosto entre la nieve, una huella vehicular, y algún ciclista caido. No me pasaron muchos corredores, pasé a algunos. Y vuelta las trepadas, y vuelta a correr. Pero corrí, no caminé. Y segui pasando gente. Y entonces me di cuenta que ya estabamos llegando a la ruta. Me sumé a un trencito de corredores con su bici, y así llegamos. Ahora, a bajar, pensé. Y le empecé a dar. Fue ese el momento en donde la bici de Tomás rindió sus frutos. Bajé fuerte y me sorpendí al frente de un grupito de ciclistas. ¡Iba tirando yo! En un momento aflojé, para que me pasarn y que tirara otro. Y así segui. Hasta el Km. 3. Nueva sorpresa. El grupito se quedó y me separé adelante. Me sentí fuerte. Aproveché la bici. Y me separé. En la última bajada vengo a todo lo que doy. Y me doy cuenta que viene una moto al lado mio ¡Me estaban filmando! Pongo cara de corredor y le doy fuertísimo. Y termino la bicileta. Ahí, en el monumento a Roca, otro grito "Vamos Lucas, todavía!". Era Fer, con la camioneta, que se alegró y se soprendió al verme. ¿Será que vengo bien?, me pregunto. Me bajo de la bici y al segundo paso se me aclambran las dos piermas. Casi no puedo caminar. COn tanta gente alrededro, me la banco para mis adentros y trato de llegar lo mas presentablemente posible. Miro y miro y no veo a Adri. Me voy acercando al Parque del Lago. Y nada. Cuando ya voy a entrar escucho "¡Luqi!", y es adri con Olivia en brazos y Male. Las saludo, les sonrío, y entro al parque. Veo el lago y no lo puedo creer. El viento y las olas piden a gritos que no entre. De lo lejos adri me pregunta por el Tano Pío. Le digo que no sé. Y nuevamente me pregunto ¿será que vengo bien?KayakMe cambio. Siento el frío al quedarme en cuero frente al algo. Asumo la insensatez y me pongo el chaleco de neoprene. Realizo bastante rápido y con eficiencia todos los movimientos. Agarro el kayak y me acerco al lago. Lo meto, me meto y calzo el cubrecockpit. Me lleva menos tiempo de lo esperado. Y empiezo a remar. Eso que se ve en la foto, sí, es nieve. No sólo el lago está picado y hay viento, sino que además está nevando. Me concentro. Y remo a buen ritmo, es decir, a mi ritmo. Llego a la primer boya, giro y paso a un bote. Me sorprendo. Sigo remando, mirando el lago furioso. Las rachas de viento empiezan a ser más fuertes. Me cruzo con el primer conocido: RIcky Lanusse. Nos saludamos y nos damos ánimos. Entré al lago antes de que él saliera, pensé, lo que no es poco. Y en eso me acerco hacia un bote dado vuelta. Sobre el bote, un corredor agarrado cual naufrago. Le pregunto sí está bien, si pudo sonar su silbato, si ya lo vienen a buscar. Y veo a la lancha que se acerca. Sigo remando, ahora un poco más preocupado. La nieve en mis ojos no me deja ver. Y me pongo a la par de otro remero. Conversamos sobre el lago y las condiciones. "Está fulero, fulero", me dice, "además, nunca en mi vida sentí tanto frío en mis manos". Y valoré a más no poder los mitones de Adri. Son perfectos, profesionales, y hechos con todo su amor. Las olas empezaron a crecer y definitivamente me asusté. Pensé en mi madre, en mi abuela y en las fuerzas de la naturaleza. Y el viento amainó. Lo comentamos con mi compañero de remo. Pero al rato volvió a soplar. Y así seguimos. Me alegré cuando divicé la lancha del PC. Le di la vuelta contento. Ya tenía la mitad a dentro. Saqué por la borda la manguerita que me consiguió el tano Pio y me mandé un Power Gel con agua de Lago. Y me hizo bien. Y me crucé con los muchachos de Correo Luminoso que estaban yendo. Y con Cachú, que estaba yendo. Busqué al Tano Pío. No lo vi. Hasta que se dió el emotivo encuentro con el equipo SI MI AMOR. Ahí estaban Gonza y Guada. Nos gritamos, nos dimos ánimos. En medio de un lago furioso fuimos felices. Estabamos corriendo el Tetra, todos. Y empecé a remar más fuerte. De todos los amigos y conocidos ¡venía en la punta!. Cuando vi la costa fui feliz. Lo único que quería era terminar esta etapa, no darme vuelta. Y llegué a tierra firme. Justo en ese momento llegó el equipo correo luminoso. Sólo me quedaba correr...
Running
Llego al box con el kayak y miro para todos lados a ver si están las chicas. No las veo. Supongo que, como siempre, calcularon que iba a tardar más. ¿Será que voy bien?, volví a pensar. Sacarme los botines y las medias mojadas fue un placer inmenso. Me sequé los pies y me puse medias y zapatillas secas. Lo mismo sentí al sacarme el neoprene y ponerme una remera seca, el rompevientos y mi querida remera del tetra. A esta altura, ya era de lleno el corredor 120. Había terminado el Kayak, mi punto más flojo. Justo en ese momento escucho la voz de Flavio Correa anunciando a los primeros. Y los veo pasar, uno atrás del otro. ¡Salí del lago antes de que llegara el primero!, pensé ¿será que voy bien? Al salir del Parque cerrado saludo al planilleto, mi amigo y compañero Steve Leslie, y encaro a correr entusiasmado. Las piernas no me duelen tanto, estoy entero. Y llega el bandurrias. Trepar con nieve es todo un momento. Trepo bien, con ánimos. Me pasa bajando, volando, un corredor, luego otro. Reconozco a Facu Romera, que me pasa a una velocidad inaudita. A pesar de venir bajando y con nieve. Unos monstros. Corro, camino en las trepadas ásperas, me uno a algún pelotón, paso a algunos, me pasan otros. Llego al PC del mirador bandurrias en donde me encuentro con otra compañera, Carolina Attis, que me saluda, se sorprende y me da ánimos. Y siento que ya pasó lo peor. NI de cerca. Pero el paisaje a esta altura, con sol, llena mis ojos y mi alma. Corro contento. Alegre. Sólo tengo que correr. Y disfrutar. Estoy corriendo el Tetra. Y a esta altura ya sé que, si hago las cosas bien, voy a llegar. Y luego de pasar la barrera y entrar en el camino que va a la islita, otro encuentro emotivo. Me cruzo con TMG que ya está volviendo. Grito, me grita, ambos nos sorprendemos, creo que él más que yo. Y me da aliento. Por supuesto, ni frenamos, el cronómetro manda. Pero nos despedimos con afecto. Y ambos, a esta altura, estamos felices. Unos cuántos metros más adelante alcanzo a Marcelo y Marcelo, Correo luminoso. Me alegro. Nos saludamos y empezamos a correr jutnos. A partir de ese momento mi objetivo fue no perderlos ni a sol ni a sombra. Sé que ambos son corredores experimentados y si podía sostener su paso era buena señal. Y así lo hice. No los solté. A veces se me alejaban, después recuperaba. Y dimos la vuelta del final, un rulo infinito que ideó mi amigo Christian Aprea. Se me hizo eterno. Pero lo pasamos. Y volvimos al PC final. Estábamos volviendo. La cosa se me hizo llevadera. Pensé en tantas cosas. Vi venir mucha, pero mucha gente. Llegamos a la cancha de fútbol y a la última gran trepada. Y ya estábamos nuevamente arriba del bandurrias. Pasamos el PC, Carolina saltó de la alegría dándome aliento, empecé a bajar. Mis zapatillas, queridas zapatillas, las únicas que usé en estos últimos siete meses, no se agarraban muy bien al hielo. Supongo que ninguna lo hacía. Y mne resbalé. Y me propuse bajar seguro. El equipo correo luminoso se me fue, y los dejé ir. Disfruté esa bajada paso a paso. Y hasta pasé a algunos corredores. Otros seguían corriendo, empezando el running. Di la curva para encarar el puente y para mi gran sorpresa y alegría reconozco la campera de Malena. ¡Allí estaba, con mi gran amigo Costa! Me acerco y Male, Nico y Cami empiezan a correr a mi lado. Eran como cinco cuadras, temí que fuera mucho para Male, que no pudiera llegar, que sufriera por no lograrlo. Para ella, esas cinco cuadras era un desafío tan grande como para mí el Tetra. O al menos eso sentí yo. Y allí lo veo a mi viejo, esperando para empezar a correr. Preparado para hacer ese tramo para el que estuvo entrenando tanto tiempo. Y encaramos la recta final mi viejo, mi hija y yo. Todo un momento. Para explicar eso, sí es verdad, no tengo palabras. Y comienzan los gritos, los aplausos, las caras conocidas, las voces, y la veo a Adri, sonriendo, alentando.
Y cruzamos la meta.
Había terminado de correr el Tetra...
(continuará)
(¡se hizo muy largo, el que no quiera leer que no lea, no me ofendo!)
(Mañana, el cierre, los agradecimientos y unas palabras especiales para cada uno de los protagonistas de esta historia -que son muchos- empezando por mi querido amigo el “Archi” y mi entrenador Gonzalo, principales propulsores de esta maravilla. Y tanta gente querida que se fue sumando, ayudándome a realizar este sueño ¡Gracias muchachos!¡Gracias a todos!)