sábado, 24 de julio de 2010

De lo que vi y oí en la Santa María de los Buenos Ayres

Está llegando a su fin un viaje tan interesante como inoportuno. Si ésta fuera una crónica de lugares y vivencias sería mucho lo que podría escribir. Todos saben que se limita a mi entrenamiento. Y entonces la cosa se acorta. Lamentablemente.

El viernes 9 y el sábado 10 me la pasé viajando. Recién el domingo 11, temprano, pude salir a correr. El día amaneció pesado y con lluvia y el lugar obligado para entrenar era la famosa vuelta al hipódromo de San Isidro. Tres cuadras separan la casa de mi madre de un lugar que me trajo muchos recuerdos. Corrí pensando en ellos. Pasé frente a los bomberos, en cuyo sótano se encuentra el Gimnasio de Cuki (¿o será Cookie?), lugar en donde pasé dos meses haciendo fierros, alentado por mi hermano el Yeti, que levantó pesas por más de dos años. La lluvía era tenue, me faltó el aire. Pasé calor. Por ser domingo la avenida Unidad Nacional estaba cerrada aunque prácticamente desierta. Supuse que la planicie me ayudaría y que correría a un muy buen ritmo. No fue así. Di la vuelta (supongo que unos 5 km,) en un poco más de 31 min. Y me volví a lo de mi vieja, en donde me esperaban para ir a almorzar a lo de mi hermano Quintus. Máximo aliado del Archienemigo, despejó sus dudas sobre el Tetra y mi participación en él. Me preguntó si este blog era totalmente ficticio o sólo en parte. Puso cara de sospecha cuando le confirmé que es estrictamente cierto todo lo que escribo. Y entonces me sirvió la cuarta copa de vino.

El lunes fue el día de arribo al departamento del Archi en Caballito. Para mi sorpresa el lugar parecía especialmente diseñado para un atleta de alta competencia. En la heladera sólo dos botellas de agua y en la segunda planta un gimnasio bien equipado. Sonreí y me emocioné. Un lindo gesto, pensé. Pero entre una cosa y otra enseguida se hizo la hora de ir a Ezeiza a buscar a la familia por lo que no entrené, pero tampoco me preocupó en demasía.

El martes hubo que pasear por Buenos Aires. Una ciudad en la que me siento a gusto. Aproveché la cercanía y llevé a mi hija Malena a que conociera la facultad en la que estudié, ubicada en Puan 440. Más allá de confirmar la innegable fealdad del edificio (Male estaba horrorizada) fue para mí todo un impacto. Fue entonces, pienso, cuando comenzó toda una serie de reflexiones que seguramente incidieron en mi entrenamiento ulterior. El día se fue inadvertidamente, y empecé a preocuparme.

El miercoles me levanté, desayuné y salí a correr. Había visto en el mapa que a pocas cuadras se encontraba el Parque Chacabuco, lugar al que me dirigí con bastante cautela. En el imaginario de mis seres queridos, en este parque, en este lugar de la capital, se cometen diariamente los 327 delitos del código penal. Pero el miedo no podía detener mi entrenamiento. Eso sí, no me puse las calzas de corredor, por las dudas. Llegué y me encontré con un parque en perfectas condiciones. Algunas madres paseaban con sus niños, gente grande paseaba a sus perros y más de un corredor aprovechaba este espacio verde. Me crucé con un chino y con una persona con calzas y caramagnolas de cintura. Este entrena para el tetra, pensé. Empecé a correr más fuerte y me dejé perder por senderos que se adentraban en el parque. Y entonces apareció. Tuve que refregarme los ojos un par de veces. Allí, en el medio del parque y con una iglesia imponente como fondo, se alzaba una pista de atletismo en perfecto estado. Me acerqué buscando una puerta de entrada. Por una de las calles que bordea el parque encontré el acceso. Primero una placita impecable, luego un sector de ejercicios y un solarium y finalmente el acceso a la pista, tan pública como gratuita y cuidada. Bastó pisarla para sentir que mi entrenamiento ganaba en profesionalismo. Supe que iba a poder marcar tiempos, tomar parciales, hacer pasadas y mucho más. Sonreí. La ciudad me había sorprendido. Mi entrenamiento sería impecable. Luego de cuatro o cinco vueltas salí nuevamente al parque, en donde encontré, debajo de la misma autopista, un bar, el centro cultural Adan Buenosayres, un estacionamiento y un centro comunal. Llegué al departamento eufórico, transpirado y con bastante tranquilidad.

El jueves Olivia se enfermó y las obligaciones familiares y turísticas no me permitieron salir en dos días consecutivos. Con una ola de frío polar y mi sobrina también enferma la cosa se puso intensa. Viajes a la clínica, nebulizaciones, fiebres altas. En un día de mucha lluvia me tocó salir a correr. El Parque estaba desierto. La pista de atletismo, cerrada. Me adentré por senderos desolados. Me sentí más solo que cuando corro por la Laguna Rosales. Hacía frio y había viento. Al lado del centro cultural, debajo de la autopista, un grupo de indigentes se calentaba alrededor del fuego. Fue un momento particular, estar allí tan solo, entrenando, rodeado de millones de personas en una ciudad tan inmensa. Entonces vi que en el suelo había una marca que indicaba los metros: 100, 200, 300 y las siflas AAPCH. El sendero devino, repentinamente, en un prolijo circuito de 800 mts. Alentado por esta maravilla, le di cuatro vueltas al circuito, agradecido a la que supuse la Asociación de Amigos del Parque Chacabuco o a una suerte de mensaje cifrado con aires de trabalenguas: Atención el Archi Puede Chorearte. Sali del circuito, que se me ocurrió tan eterno como la Buenos Aires de Borges, y me encontré, así de sopetón, con un monumento que me causó mucha gracia. Allí, en una de las arterias del parque, un monumento de un puma. Y me acordé de aquel otro, de carne y hueso, que me acechó en el bosque nevado. Coincidencias de la vida, o elementos de una historia que se teje a fuerza de repeticiones y simbolismos.

Con el paso de los días la vida de ciudad se me fue infiltrando. Me encanta todo esto. Las grandes librerias, el teatro, el cine. En el Colón una versión de Don Giovanni, una de las grandes óperas de Mozart. Los fideos de Pippo con mi entrañable amigo el Tano, un bar de cervezas del mundo, un café con Luigi y mi hermana en el Tortoni, la cara de asombro de Male frente al Cabildo, la alegría de Oli en la plaza blanda del Museo de los Niños. En fin, una ciudad que palpita y que me emociona. Y entonces, queridos amigos, al Tetra los siento tan lejos... ¿yo voy a correr el Tetra? No lo puedo creer. Parece otra vida, otra persona. Una ficción, o acaso el sueño de un mono loco, que se yo. Mi vida de deportista está allá, en San Martín. Acá, en Buenos Aires, vuelvo a ser un bicho de ciudad, un ratón de biblioteca, un degustador de buenos vinos y alguien que, como diría Woody Allen, prefiere atrofiarse.

¿Podré recuperar el espiritu adecuado cuando llegue a San Martín?¿Me alcanzará el poco tiempo que queda para ponerme en estado nuevamente? ¿Será que el Archi gana la apuesta?

Que misteriosa es la vida. No digo que venía de lo mejor, pero había empezado a salir a remar, corría a buen ritmo, estaba andando fuerte en bicicleta y justo aparece este viaje. Interesante, inoportuno.

3 comentarios:

  1. Gonza (el entrenador)26 de julio de 2010, 18:35

    como tmg no esta, (se encuentra de viaje ciclistico con su mujer) yo voy a tener que asumir su lugar: si eso es todo lo que entrenaste en todos esos dias en BS AS, estamos MALLLL.... mas vale que estos dias que quedan (sobre todo estos primeros 20) te peles el culo en el bote y en la bici, sin escusas, sin peros, 1,30hs a 2hs todos los dias... carrera mar....

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  2. (Paréntesis)
    ¡9995! ¿9995?
    Si, son las visitas a tu blog, Lolo!!!

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  3. (Paréntesis 2)
    ¡Felicitaciones!
    Llegaste y pasaste las 10.000 visitas!!!
    Vamos por mas!!!

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